martes, 8 de mayo de 2018

TRAPOS QUE NO SON BANDERAS

Seguro que habrán oído alguna vez a alguien argumentar aquello de que las banderas no son más que trapos de colores.
Pues en mi familia esa frase tiene un significado muy particular que me siento en la obligación de compartir.
Septiembre de 1936. Las tropas franquistas están a punto de tomar el control de una ciudad cualquiera de nuestro país.
Una familia compuesta por un matrimonio y sus cuatro hijos, todos menores, trata de mantener la normalidad dentro del caos que les rodea. Él trabaja como dependiente en un comercio local. Ella es ama de casa. No militan en ningún partido, aunque simpatizan con opciones más bien conservadoras, pero manteniendo en secreto sus inclinaciones políticas.
El día que las tropas de Franco llaman a las puertas de la ciudad, deciden quedarse en su casa. No ven a los futuros vencedores de la guerra como enemigos, pero tampoco a quienes mantenían el control de la ciudad hasta ese momento. Así que no se ven forzados a abandonar su hogar, como sí lo harán otros por cientos.
Precisamente por esa decisión de intentar mantener la cotidianidad, esa mañana realizan las tareas habituales y la madre y la hija mayor salen a tender la colada al jardín. Entre las prendas, un mantel y unos trapos de cocina, que por efecto del viento se convierten en elementos ingobernables hasta que las pinzas acaban cumpliendo su función.
Pero esa situación, en las circunstancias que se vivían precisamente en aquellas horas, a los ojos de quienes se veían amenazados por la llegada de un ejército sin piedad, se convierte en un aparente sistema de aviso en favor de ese cruel enemigo. Así que unos jóvenes que formaban parte de los últimos y desorganizados pelotones de resistencia, se presentan en la casa armados y pidiendo explicaciones de lo que allí estaba ocurriendo.
No conservamos detalles de aquella tensa conversación porque la narradora de la historia es llevada a un cuarto junto a sus hermanos pequeños.
Lo que sí sabemos es que aquellos hombres deciden creer la simple versión de aquel matrimonio atemorizado y se marchan de allí, sin causar destrozo alguno y sin que se volviera a saber de ellos nunca más. Probablemente huirían para reagruparse en otras regiones donde aún mantenían el control, por lo que cuentan las crónicas ya que la ciudad apenas opuso resistencia. Aunque quién sabe si no cayeron presos, o lo que es peor, fueron ejecutados sin piedad en aquellos días o unos meses más adelante.
Lo único cierto es que aquellos hombres mostraron una infinita humanidad; más destacable aún en virtud de las barbaridades que conocemos se cometieron durante esos años y posteriores.
Aquella experiencia dejó tan impactados a quienes la vivieron que deciden no contársela a nadie. Ni siquiera los hijos pequeños, que entonces no tenían edad para ser conscientes de lo que ocurrió, conocerán jamás la historia. Y es precisamente al morir el único hijo varón de esa familia,  cuando su hermana mayor decide contar la historia a su sobrino, quien había acudido a su domicilio una tarde de invierno en busca de recuerdos y fotografías de la infancia de su padre Y todo porque estaba preparando un libro para que sus hijos, recién nacidos, pudieran conocer a su abuelo a través de la memoria de sus allegados.
Y ese sobrino impactado y sorprendido por una historia que ni siquiera su padre llegó a conocer, no puede por menos que escribir estas líneas a modo de reconocimiento.
Porque solo de pensar que aquellos hombres, que pudieron perfectamente haberse llevado preso a mi abuelo o haberlo ejecutado allí mismo (si no a toda la familia), pudieran haber acabado en alguna cuneta o fosa ejecutados por las tropas golpistas, y que tal vez sus familias aún hoy no hayan podido recuperar sus restos, me avergüenza y entristece terriblemente como persona. Pero que 40 años de democracia no hayan sido suficientes para haber localizado e identificado todos y cada uno de los cuerpos de esas miles de personas para entregárselos a sus familias, y que aún hoy en día se vanalice esta realidad por parte de algunos antipolíticos (no merecen ser llamados políticos) me avergüenza como ciudadano.
Yo voté en dos ocasiones al Partido Popular, puede que influido por la genética familiar, precisamente en los últimos años de un Felipe González acorralado por los innumerables casos de corrupción y por los GAL.
Pero ese partido tiene hoy como portavoz en el Congreso a Rafael Hernando, quien en el año 2013 vomitó por la boca (perdonen el término, pero no se me ocurre otro)  que "algunas familias sólo se acordaban de sus muertos cuando había subvenciones", en referencia a la dotación que la Ley de la Memoria Histórica contemplaba para la recuperación de esos restos repartidos por cientos de cunetas.
En cualquier país civilizado, incluso aún formando parte de un partido de corte conservador, este personaje (los términos señor y persona los reservo para quien hace gala de ellos) como mínimo habría dimitido o hubiera sido cesado a los cinco minutos de proferir semejante declaración. Sin embargo, pese a no retractarse jamás de aquellas palabras que sí reabren heridas, representa a miles de ciudadanos por la circunscripción de Almería (no por Guadalajara) y al ser portavoz del Grupo Popular, es además la voz de sus diputados elegidos en cada una las provincias españolas por millones de ciudadanos. Supongo que los dirigentes del PP tendrán una opinión similar al respecto, habida cuenta de que ni le desautorizaron entonces, ni le cesaron, y hasta le concedieron un ascenso. Y en base también a las partidas económicas que dedican al cumplimiento de una ley que, probablemente nunca hubieran apoyado, pero que sigue vigente y habrá que cumplir, como deben cumplirse todas. Porque los gobernantes están para cumplir y hacer cumplir la ley.  No lo digo yo. Lo lleva diciendo M. Rajoy cada vez que alguien le ha preguntado sobre la aplicación del 155.
Así que he decidido juntar estas letras con la esperanza de que tengan la mayor difusión posible a modo de trapo de colores ondeado al viento (también conocido como bandera). Con la esperanza también de que aquellos hombres buenos pudieran empezar, tal vez, una nueva vida en algún lugar donde sí supieran acogerles. Pero en el hipotético e indeseado caso de que fueran ejecutados y enterrados en una cuneta, espero que este país recupere la dignidad y proporcione urgentemente a sus familias los medios necesarios para encontrarlos e identificarlos. Y lo hago extensivo a todas las familias en esta misma situación. Es hora ya de dejarnos de bandos, de buenos y malos, de rojos y fachas... Es hora ya de bajar al terreno de las personas, de ponernos en el lugar del otro y de mostrar con nosotros mismos la humanidad que a veces sí regalamos a otros que nos quedan algo más lejos.
Se imaginan que mañana se estrellara un avión en suelo español con turistas procedentes de varias nacionalidades sin que se encontrasen supervivientes? Pues además de la tristeza que nos invadiría a todos, pondríamos todos los medios necesarios para tratar de identificar los cuerpos lo antes posible y entregárselos a sus familias, con independencia de su nacionalidad, raza, religión o ideología. Pues eso mismo llevan pidiendo durante décadas miles de compatriotas sin éxito... Ojalá haya llegado el momento.

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